lunes, 11 de abril de 2011

Caducando calendarios.

Nos encerrábamos en su habitación a escuchar discos antiguos y suponerles todo el peso de la historia. A él le gustaban las minifaldas y a mí sus historias absurdas, cargadas de toda esa épica y entusiasmo que solo consiguen los mentirosos. Pasamos horas, días y fábulas aislados de todo lo aburrido y también de todo lo demás, con una sonrisa bobalicona contra el dolor de cabeza. Lágrimas, explosiones y ese tipo de gilipolleces quedaban amortiguadas por el chasquido de una, otra, otra y otra lata de cerveza caliente. Sí, sin duda dejamos todo ese puñado de años dorándose al sol y si al final resulta que en el gran resumen universal esos quedan nominados para los mejores de nuestra vida, nosotros no movimos ni un puto dedo por ellos. Y al menos de eso sí podremos sentirnos orgullosos.

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