sábado, 20 de julio de 2013

Salud y a Morir.

En sus sueños tenía los pezones pequeños y Dios se los lamía. Luego era una ola y chocaba contra todos los capullos que habían formado un fuerte, una y otra vez, y por una vez no era ella la que acababa mojada. Después de recomponerse gota a gota se deslizaba hacia un vaso congelado y sentía miedo, miedo por no tener los grados suficientes. Cruzaba los dedos y solo quería que la chica de labios rojos se emborrachase lo suficiente como para echarle la culpa de todo a la mañana siguiente. Luego era la almohada de Bob Dylan y se daba cuenta de que hasta las estrellas que más brillan tienen caspa y se limpian el culo con el mismo papel que el resto de la gente, para mal o para bien.
Por las mañanas despertaba creyendo un poco menos en las cosas que se solía creer.

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